La vida religiosa de la joven Luisa de Marillac




 

 

Hacia los años 1620-27, cuando su pensamiento interior aún no se embebía de imágenes sobre fundaciones y obras, Luisa consideraba como algo totalmente aceptable de la condición humana, el estado de abyección del hombre y la mujer espirituales.  Al decir de ella, cuando se llega a la certidumbre sobre tal estado existencial uno siente una “opresión del corazón tan grande”, que en los momentos de mayor sentimiento e interpretación “hacía sufrir todo el cuerpo”, por “no merecer que se cumpliese en mí la Santa Voluntad de Dios” (E. 1 / 1921).

 

Todo su quehacer espiritual estaba dominado por este tipo de pensamiento. En Luisa de Marillac encontramos signos de un ensimismamiento enérgico, cargado de literatura  perteneciente a la devotio moderna. Esto la hace una mujer apegada a la introspección exhaustiva de su conciencia y acciones, pero también algo denostadora de la naturaleza humana (“grandes decaimientos de espíritu… me hacen aparecer como una cloaca y fuente de amor propio” (E. 1 / 1621). Luisa no conoce de la razón escolástica, caminó en una espiritualidad iluminada por la idea de un acontecer divino en las cosas, presa de “grandes penas y dolores interiores” (E. 2 / 1622), que espera “la paz de Dios que supera todo conocimiento”. Podemos calificarla en la asamblea de los que se ven caídos al nacer, discípula de los profetas Jeremías y Joel, de la salmodia penitente, de la imitación de Cristo, de María a los pies sangrientos de Jesús.

 

En el núcleo de esta forma espiritual de ver la vida religiosa, encontramos en santa Luisa un “reglamento” para su correr diario, tal vez de 1627. En él descubrimos luces que evidencian su amor por la “perfección” de la pobreza en Jesucristo. Actos y pensamiento ligados a la oración, la mortificación y la espera de las gracias del Espíritu Santo.

 

Rescatamos, para el lector, algunos fragmentos de este “reglamento” de vida, perteneciente a la primera época luisiana. Su devotio está depositada en la Eucaristía y la Liturgia, en el Rosario, la Vida de Santos, los Ejercicios Espirituales, los Misterios de Jesús, El Oficio Divino, el Oficio Parvo y en María como “Protectora”. En momentos se deja entrever su apasionado respeto por la vida de clausura, al asumir tan firmemente el opus dei monástico pero extrapolado a las calles del siglo XVII. Los doce años de acompañamiento espiritual por parte de los padres capuchinos, se leen en esta declaración de principios por el empape místico abstracto y términos de la devotio moderna.

 

 

“En el nombre de Dios, pueda yo vivir así si me lo permiten!

 

 Que esté siempre en mi corazón el deseo de la santa pobreza, para que libre de todo, siga a Jesucristo y sirva con toda humildad y mansedumbre a mi prójimo, viviendo en obediencia y castidad toda mi vida, honrando la pobreza de Jesucristo, que El guardó con tanta perfección.

 

Que mi primer pensamiento, después del descanso de la noche sea para Dios, haciendo un acto de adoración, de acción de gracias y de abandono de mi voluntad en la suya santísima y con la vista puesta en mi miseria e impotencia, pediré la gracia del Espíritu Santo, en la que he de tener una gran confianza, para que se cumpla en mí su santísima voluntad, que será el único deseo de mi corazón.

Que mientras me sea posible, desde Pascua hasta la fiesta de Todos los Santos, me levantaré a las cinco y media y desde la fiesta de Todos los Santos hasta Pascua a las seis.

 


Una vez levantada, haré inmediatamente la oración (por espacio) de una hora o tres cuartos; tomaré el tema de los Santos Evangelios y Epístolas 

 

A mediodía en punto, (haré) medio cuarto de hora de oración, para honrar el instante de la Encarnación del Verbo en el seno sagrado de la Santísima Virgen.

 

Procuraré no estar jamás ociosa, por lo cual, después de este medio cuarto de hora, volveré a tomar la labor, trabajando alegremente, ya para la Iglesia ya para los Pobres o bien para utilidad de la casa, y el trabajo durará hasta las cuatro.

 

Al dar las cuatro, aunque me halle por la ciudad, si no estoy demasiado comprometida en una obra de caridad o alguna conveniencia social muy señalada, me retiraré a la iglesia más próxima para rezar vísperas de la Santísima Virgen y durante ellas recoger mi espíritu para hacer después media hora de oración

 

A las ocho me retiraré para hacer mi examen de conciencia, humillándome profundamente, tanto por las gracias que haya recibido de Dios durante el día, como por las faltas cometidas, confiando, no obstante, siempre en su misericordia y bondad divinas, que será toda mi esperanza

 

Rezaré todos los días la tercera parte del Rosario, meditando uno de los misterios, examinándome de vez en cuando de cómo vivo como cristiana y católica y como mujer que desea ser devota y observar fielmente los mandamientos de Dios.

 

Trataré de ponerme cada hora, al menos cuatro veces, en el recuerdo de la presencia de Dios, excitando cuanto pueda el deseo de su amor con frecuentes afectos en oraciones jaculatorias, sin fijar número, pero lo más a menudo posible.

 

Leeré una vez por semana las notas que escribí hace unos cinco años, para que me sirvan de recuerdo del propósito que entonces hice de servir a Dios toda mi vida.

 

Tendré pues, particular devoción a la Santísima Virgen, al Ángel de mi Guarda, a los Santos Apóstoles, con el deseo de imitar su vida en cuanto me sea posible por haber sido ellos imitadores de Nuestro Señor.

 

Desearía hacer ocho o diez días de Retiro dos veces al año, a saber, en los días entre la Ascensión y Pentecostés, para honrar la gracia que Dios hizo a su Iglesia, dándole su Santo Espíritu para conducirla, y la elección de los Apóstoles para anunciar su Santo Evangelio, y para llevarlo yo a la práctica pondré una particular atención en oírlo y tendré devoción a la Ley de Dios que son sus mandamientos. Los otros días de Ejercicios serán en Adviento...

 

Te adoro, ¡oh mi buen Dios! y reconozco haber recibido de ti mi conservación; y por el amor que te debo, me abandono enteramente a las disposiciones de tu Santa Voluntad; y aunque llena de flaquezas y de motivos de humillación por mis pecados, me confío a tu misericordia y te suplico, por el amor que tienes a tus criaturas, la asistencia de tu Espíritu Santo, para el total cumplimiento del designio que, desde toda la eternidad, ha tenido tu Santa Voluntad sobre mi alma y sobre todas las que han sido redimidas por la sangre de Jesucristo tu Único…”








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