Aproximación a la experiencia cuaresmal en santa Luisa de Marillac




 

Algunos tiempos cuaresmales en la vida de nuestra santa fundadora, no estuvieron exentos de agitadas urgencias meramente temporales. En febrero de 1651 en una carta a sor Bárbara Angiboust, Luisa de Marillac estaba preocupada por la compra de “peritas buenas, bien sanas” y la entrega de un dinero “para el maestro”. Frente a las acometidas del mundo cotidiano, el Espíritu Santo ordenaba su mística pluma con frases sublimes: “Suplico a Nuestro Señor que entremos bien en este desierto de la penitencia y soy en su santísimo amor”.

 

Años antes de su fallecimiento y a días de la semana Santa de 1657, su alma penitente se ve forzada a solicitar a Señor Vicente, por cierto, con no poco rubor debido a ciertas molestias corporales, permiso especial para alivianar sus ayunos. En esta situación personal, Luisa no esconde su buen celo por la Esperanza y la comunidad de vida que está consolidando, su salud queda en otro plano: “Olvidaba preguntar a su caridad... se encargue de que nuestras Hermanas coman asado el día de Pascua”.

 

Enfrentada a una coexistencia estatuida por la fragilidad corporal y las necesidades materiales de lo mundano, Luisa de Marillac antepone las virtudes de la obediencia (“...sabe muy bien que preferiría morir antes que desobedecerle...”; febrero de 1656) y la humildad (“Le suplico por amor de Dios me permita continuar las comidas como las vengo haciendo desde que empezó la Cuaresma: huevos y caldo de cebada”; febrero de 1657). Ante esta vivir la fe virtuosamente, ella no puede dejar de dar respuesta celosa al amor que la tiene desposada, ya que fructifica aún más en “acción de gracias” su misión de maestra de jóvenes devotas y maestra de maestras. Es así como en el poblado de La Roche-Guyon, lugar donde las Hijas de la Caridad servían a los enfermos sin techo, a las manos de sor Clara Jaudoin llega una sutil carta con fecha 27 de febrero de 1659. La caligrafía pertenece a nuestra santa. Luisa está apenada de que su sor Clara no la acompañe en los ejercicios espirituales propuestos para Cuaresma, los motivos son apostólicamente más nobles: “...este tiempo es de verdadera cosecha para sus niñas de la escuela, a las que tiene que instruir y prepara”.

 

Luisa de Marillac, lejos de centralizar la Cuaresma como tiempo monopólicamente  penitente, e independiente de sus problemas de salud y preocupaciones temporales, entiende que la formación de las hermanas y las cosas que nos afirman en la tierra han de continuar con mayor firmeza, porque es “la época más atareada”, pues se debe fortalecer la Esperanza “para celebrar la Pascua y cumplir con ella”.

 

Podemos concluir que en la disposición de santa Luisa en preparación a la Resurrección del Señor, tal vez recordando alguna palabra benedictina del Abad de Vaux, deja de lado el dolor, las alegrías y las máscaras del convivir (cf. Mt 6), y comprende con ayuda del Santo Espíritu que hay que imponerse “en estos días alguna cosa más en la tarea acostumbrada de nuestra servidumbre...” (Regla de Benito cap. 49 La observancia de la Cuaresma). Porque Cuaresma es tiempo de ofrecimiento y esperanza, de “... suavidad y delicadeza” (Correspondencia. 675), de introspección comunitaria que nos lleva a reconocer las bondades que el Señor derrama constantemente, aún en pleno estado de penitencia que no hace más –a ratos– hacernos recordar las negligencias del pasado. Sin embargo, al final de 40 días sabremos que lo propio del carisma mariano-vicentino, cuando nos hacemos acompañar de santa Luisa: es el ejercicio diario de “la tolerancia, unión y cordialidad entre ustedes” (Ídem).

 

 

 

Oración de amor y sinceridad

 

Descansa Señor en mi pecho.

Dame el anillo que simboliza nuestro amor absoluto

y hazme, de una vez por todas, tu Iglesia-Esposa.

 

Llévame al desierto para llorar mis descaminadas

y por la mañana –al igual que Jacob–

manifiesta tu divinidad con una escalera de virtudes

que van hacia tu Morada donde está María.

 

En mis hambres que esperan maná

hallarás, quizá de manera esquiva,

mi escueta respuesta, mis barrosas manos.








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