Perspectiva del carisma de la caridad y el martirio.






En la es­piritualidad de las dos Compañías fundadas por san Vicente de Paúl, el concepto de martirio pareciera ser algo peculiar, extraño. El motivo puede que a primera vista, el carisma vicentino no es defender la fe a ultranza con todos los instrumentos posibles, sino más bien al contrario, una disposición a abrazar todas las ocasiones de servir a Jesucristo en los más pobres, aunque para ello haya que poner la pro­pia vida en peligro.

La opción de vida de cualquier discípulo de Vi­cente de Paúl es el Amor, la Caridad. Amor apa­sionado a Jesucristo y a los pobres. Amor afec­tivo y efectivo. También fue el amor la orientación de vida de Jesús, que pasó por el mundo ha­ciendo el bien. Su programa queda expresado en el texto de Lucas: «Id y contad a Juan lo que ha­béis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia» (Lc 7, 22).En esta vocación de caridad, el martirio es consecuencia lógica de la misma caridad, ya que es el acto de amor a Dios lo más grande que podemos hacer y hacerse, y, que jamás se haya hecho.

Las Hijas de la Caridad, se en­cuentran frecuentemente en situaciones en las que, permaneciendo al servicio de los pobres, se exponen al peligro de perder la vida. El tipo de tra­bajo, duro e intenso, prestando los servicios más bajos; los lugares a donde son enviadas, donde puede haber guerra, hambre, falta de higiene, epidemias, son motivo para que la muerte las pueda encontrar «con las armas en la mano». De aquí el don del martirio en nuestra Compañía, pues disponerse a servir in extremis entre los más desposeídos y las situaciones de muerte contemporáneas: es asunto de mártires. “¿Qué vais a hacer?”, dice Vicente de Paúl a las Hermanas que van a Calais. “Vais al martirio, si Dios quiere disponer de vosotras. En cuanto a vuestra querida Hermana, estoy seguro de que actualmente recibe la re­compensa de los mártires, y vosotras tendréis la misma recompensa, si tenéis la dicha de morir con las armas en la mano. ¡Qué dicha para vosotras!” (IX, 1089).

 

Hna.  Claudia Artiga F.

Hija de la Caridad








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