“la sirena de ambulancia prende fuego al oído”
Víctor Hugo Díaz.
Caminando por lo que son los pasillos de un establecimiento educacional vicentino, me topo con Gilda, tía Gilda para los más. Ella, con sus muchos años de asistencia en el establecimiento, observa el infinito oculto de un par de flores de alelí. Muy al estilo de un teeneger, Gilda está totalmente enchufada a unos audífonos. “¡Tía Gilda!”, le digo y no responde. Insisto. Dice: “Perdón mi niño, es que estoy rezando”. “¿Rezando?”, le pregunto. “Sí, rezando con Radio María, estamos en el Misterio de las Bodas de Caná y pidiendo por un estudiante que se suicidó hace dos días”.
Al detenernos a reflexionar sobre el cuadro anterior, por cierto nada usual, podemos pasar de la comicidad del hecho a la vigencia del mandato misionero de cualquier laico con la Redención del Mundo. Parece complejo, pero en el fondo es sino la realización cotidiana de la caridad que alienta la construcción del Reino, o, que hace de su esperanza una vibrante y concreta actualización del sentido de la Resurrección del Dios-Hombre en cada una de nuestras entrañas. Será como dejar de lado el espejo empañado de Pablo, para contemplar más límpido, algo más transparente. Todo esto último da razón y fe, de que la vocación cristiana laical ha de estar consciente de las suyas virtudes teologales preñadas desde la Creación. Sin ellas, por de suyo, la vida cristiana se convierte en mero humanismo social. Sin amor, la fe y la esperanza no tienen peso; y el amor sin esperanza ni fe, es un desorden… ¿qué diría el santo Obispo de Hipona?
El hombre y la mujer comunitarios, para “santificar y salvar a los hombres, no individualmente y aislados entre sí…” (Lumen Gentium), pensando por cierto en que son libres de optar por ello, han de constituirse -tal vez no tan irremediablemente- en un pueblo nuevo que re-conoce, una y otra vez, a Él, al el Mesías de los Profetas, a la Palabra que ilumina en razón y fe: la Verdad, la Vida y el Bien. No sólo la Verdad de la Vida en su conjunto, también, la buenaventurada decisión a servir. Servir por precariedad, no propia sino general, esa ontología de lo humano, o sea, la verdaderamente humana, servir con todo aquello que nos hace falta: como creer y lanzarse en lo Infinito del Eco apabullante del Dios que ama lo que crea, como escuchar a Aquel Hermoso Hijo de María que habló, sanó y Ascendió con partituras cantadas por querubines. Trascendencia en lo profundo del corazón, música y poesía tejieron la cuna de David; en ellas Guillermo Schiller se cuestionó sobre la verdad del eco o la del abismo; en ellas mismas, el antes Cardenal Ratzinger alumbra lo que nos espera y lo que nos deviene. Servir o caer en el abismo de la nada, quizá ésta sea la cuestión del laico cristiano.
El Espíritu riega los corazones de sus fieles, cae de lo alto para perfeccionar su estar-en-comunidad-de-Revelación-y-Tradición. Participar de las Bodas de Caná o comer con prostitutas y mercaderes, será como habérselas en la misión del Verbo pues el Paráclito siempre consuela. Pero rezar con audífonos mientras se riegan flores, es igual que volver a la parresia con el Verbum, con Jesús, Hijo de Dios y hermano de María Madre Nuestra, quien “llevó una vida idéntica a la de cualquier obrero de su tiempo y de su región” (Gaudium et Spes).
Gilda, nuestra tía Gilda, con sus audífonos tiene el amor más grande, aquel “que ofrece su vida por sus amigos” (Jn 15,13), que ya no es un total sí mismo sino que se va redimiendo por decidir estar en comunidad. Éste cristiano/a estimula el ensanchamiento de la fe, la esperanza y el amor. Su escucha radial, tal vez extraña para nosotros, ensancha el Cuerpo Místico con tanta devota onda radial. Todo aquel que es consciente de sí mismo lo urge el angostamiento del Cuerpo Místico, ya que en el sí mismo es esencialmente trascendente, desea lo otro que es Guía, Maestro, Verdad, Vida. Es más, se ajetrea interior y exteriormente por responsabilizarse de su misión espiritual.
Aunque sea al estilo de tía Gilda, ese ingenio laical misionero, del cual religiosos y religiosas cada vez están más pendientes, la Redención del Mundo está asegurada, porque si culmina en el sacramento de la caridad, en aquel banquete divino que es la Acción de Gracias la novedad de su hacer da lo mismo, es más, será como sirena de ambulancia que prende fuego en nuestros oídos en post del Reino.
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