EL SUPERIOR GENERAL
Queridos miembros de la Familia vicentina:
Con motivo de la fiesta de San Vicente de Paul, en nombre de la Familia vicenciana y de los responsables de nuestras diferentes ramas, les escribo para informarles que hemos decidido consagrar el próximo año a la “nueva evangelización”. Lo celebraremos como Familia vicenciana centrando nuestra atención en tres puntos claves de fidelidad en el seguimiento de Jesucristo, evangelizador y servidor de los pobres:
Del 5 al 19 de octubre de 2014, el Papa Francisco reunirá un Sínodo de Obispos para examinar “los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización”. Es un tema importante propuesto por nuestro Santo Padre para el bien de la Iglesia, como lo mostrará este Sínodo.
Al comienzo de su pontificado, el Papa San Juan Pablo II lanzó la llamada a “una nueva evangelización” para estimular a un nuevo fervor y buscar medios innovadores para encontrar a Jesús, ahondar en nuestra relación con Cristo y crecer en nuestra vida de fe. Esta llamada de Juan Pablo II llegó en un momento de malestar general entre los cristianos, en particular en los países del mundo desarrollado. Juan Pablo II pensaba que los cristianos estaban siendo menos fervientes en la vivencia de su fe, y por eso hizo una llamada a la conversión y a una nueva evangelización. Sus dos sucesores: el Papa emérito Benedicto XVI y el Papa Francisco, continúan y favorecen estas dinámicas en favor de una renovación.
Redescubrir y encontrar de nuevo a Jesús con amor en nuestros corazones, profundizando en nuestra relación con El para crecer como discípulos, es un aspecto esencial de esta nueva iniciativa. Se trata de una profundización personal de nuestra fe en el Dios de Jesucristo, un fruto del Espíritu Santo. Este amor nos guía en el camino de devoción a Dios y de entrega a los demás, sobre todo a los pobres. Como cristianos verdaderamente comprometidos y como discípulos de Jesús, compartimos la Buena Noticia del amor de Dios, que se encuentra en las Sagradas Escrituras y en los sacramentos. La misión de todo fiel católico bautizado es la de dar a conocer a Jesús a todos.
Para realizarlo, la Iglesia nos llama a la conversión, a una nueva manera de encontrar a Dios y de creer en El, y de compartir la Buena Noticia con los demás. Para vivir esta experiencia de conversión y seguir un nuevo camino para encontrar a Dios, debemos dejar nuestra propia comodidad y escuchar al Señor cuando nos habla en lo profundo de nuestro corazón. Como miembros de la Familia vicenciana, ¿cómo podemos responder a esta llamada a la conversión y a la nueva evangelización? El carisma que san Vicente de Paúl compartía con santa Luisa de Marillac, que continuó con el beato Federico Ozanam, y con otros muchos en la tradición vicenciana, consistía en cuidar de los pobres y desfavorecidos. Pero también comprendía el “cuidado de las almas”, aspecto esencial de la misión.
En la vocación vicenciana, la misión y la caridad son inseparables. Las obras de misericordia corporales y espirituales y el servicio van siempre unidos. Estas consignas dirigidas a las Hijas de la Caridad en su servicio de los pobres nos hablan de “la preocupación primordial de darles a conocer a Dios, de anunciar el Evangelio y hacer presente el Reino” (Constituciones de las Hijas de la Caridad, 10 a). El beato Federico Ozanam subrayó que, en la Sociedad, la ayuda material no era el único aspecto del servicio de los pobres. Más bien recordaba a los miembros de las Conferencias que su espiritualidad y su testimonio cristiano, lleno de la ternura del amor de Dios, ayudaban a muchos alejados a volver a la fe, y eran un medio de evangelización de numerosos no cristianos. Hacer más sólida y profunda nuestra relación con Dios y ayudar a los otros a encontrar a Cristo, es una virtud esencial de nuestra espiritualidad vicenciana. Es la fe en actos.
En nuestra vida diaria tenemos que hacer frente a numerosos desafíos. Pero ahora es el momento favorable para anunciar la Buena Noticia de la salvación en Jesucristo. Aunque vivamos en un entorno a menudo indiferente a la religión, la gente todavía tiene verdadera sed de valores transcendentes. Hay hambre de Dios en el mismo pueblo de Dios, sobre todo cuando éste aspira a una nueva manera de vivir que difiere de las normas dominantes de la sociedad. Podríamos adoptar la manera de vivir de la gente en este entorno de indiferencia religiosa, y habituarnos a aceptar la poca importancia que se concede a las cuestiones esenciales de la fe y del sentido de la vida en este mundo.
Pero, ¿somos conscientes de la realidad de lo que ocurre cuando la gente olvida a Dios? Muy a menudo es revelador de una verdadera pobreza espiritual y material. San Vicente estuvo profundamente impresionado por la situación en la que se encontraban las personas de su tiempo: las que vivían en la miseria y en la ignorancia y que no sabían nada de Dios, ni de su amor. Por esto, san Vicente dijo con fuerza y convicción: “Es cierto que yo he sido enviado, no sólo para amar a Dios, sino para hacerlo amar. No me basta con amar a Dios, si no lo ama mi prójimo”. (SV, Conferencia del 30 de mayo de 1659, Coste XI-4, p. 552)
Si tuviésemos tan solo un poco de este amor, ¿apartaríamos los ojos y nos quedaríamos con los brazos cruzados? ¡Nunca! La caridad no puede estar ociosa. La caridad nos impulsa a hacer todo lo que podamos para aportar consuelo y salvación a los que sufren. Nuestra vocación de vicencianos consiste en enardecer el corazón de los demás: hacer lo que el mismo Hijo de Dios hizo. Vino a traer el fuego al mundo, a encenderlo con su amor. ¡Qué otra cosa podemos esperar para nosotros mismos, sino solo arder de amor por el Señor y ser consumidos por este amor!
Como miembros de la Familia vicenciana, estamos llamados a ser agentes de la evangelización ofreciendo un servicio lleno de amor. La caridad es el valor principal de la vida, y el desafío de la comunidad cristiana consiste en hacerla activa en el mundo actual. Nunca debemos separar ni oponer la relación intrínseca entre la fe y la caridad. Somos discípulos de Jesús cuando extendemos el amor de Dios, y cuando nos comprometemos a participar plenamente en la vida y en la misión de la Iglesia. ¡El amor de Cristo nos ha conquistado! Por consiguiente, bajo el poder de este amor, estamos totalmente abiertos para amar concretamente a nuestro prójimo. Aquí podemos recordar la divisa de las Hijas de la Caridad cuyas palabras provienen de la Escritura: “El amor de Cristo crucificado nos apremia” (cf. 2ª Co 5, 14).
La fe nos permite reconocer los dones que nuestro Dios, bueno y generoso, nos ha confiado. La caridad los hace fecundos. Por la fe, entramos en amistad con el Señor. Por la virtud de la caridad, esta amistad es cultivada y puesta en práctica. La relación entre la fe y la caridad es ensalzada en esta unión intima entre ellas. Esto es lo que significa hacer efectivo el Evangelio en la vida de la gente. La encíclica Lumen Fidei habla de las repercusiones de la fe en el mundo, diciéndonos que “la luz de la fe se pone al servicio concreto de la justicia, del derecho y de la paz” (LF, 2013, 51). La Exhortación apostólica Evangelii Gaudium habla del servicio de la caridad como un elemento constitutivo de la misión de la Iglesia, que refleja la esencia de quiénes somos como Iglesia.
Como la Iglesia es misionera por naturaleza, también está unida de modo indisoluble a la virtud de la caridad, principalmente prodigando una caridad efectiva a nuestro prójimo. Cuando aceptamos el desafío de la misión impregnada de la caridad de Cristo, podemos identificarnos con las personas que viven en la pobreza y servirlas. Nuestros corazones vicencianos aceptan con gozo la llamada de Evangelii Gaudium, a ser instrumentos de Dios para la liberación y la promoción de los pobres, para permitirles alcanzar una promoción integral en la sociedad (EG, 2013, 182). Debemos ser dóciles, estar atentos, escuchar el clamor de los pobres, dispuestos a correr en su ayuda. Lo hacemos dejando nuestra propia comodidad, yendo a la periferia y a los márgenes para encontrar a las personas que viven en la pobreza.
Salimos de nosotros mismos para ir hacia los pobres a toda prisa, animados por el amor de Dios. En el cuarto capítulo de Evangelii Gaudium, encontramos numerosas ideas que están en consonancia con nuestro carisma. Las palabras de este capítulo parecen describir la vida y las acciones de san Vicente y de santa Luisa, y de todos los santos y beatos. Veamos un ejemplo de lo que nos dice este capítulo cuarto: los pobres son los preferidos de Dios; los pobres ocupan un lugar privilegiado en la Iglesia; y los pobres son nuestros evangelizadores. ¡Si estas ideas que provienen de Evangelii Gaudium les parecen familiares, no es nada extraño!
La nueva evangelización es una iniciativa para ayudarnos a reconocer la fuerza salvífica que las personas que viven en la pobreza, poseen en Cristo, y a situarlas en el centro de la Iglesia. Descubrimos a Cristo en los pobres; defendemos sus causas; somos sus servidores; los escuchamos; y nos invitan a meditar en la sabiduría misteriosa de Dios, que a menudo se revela a nosotros por sus mismas vidas.
En el contexto de los sufrimientos y de las luchas que las familias soportan hoy, la nueva evangelización puede responder a una necesidad urgente, como lo muestra el documento preparatorio sobre la pastoral familiar publicado para la tercera asamblea general extraordinaria del Sínodo de los obispos. La doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio debe presentarse de manera clara y comprensible para que llegue al corazón de muchos y transforme sus vidas, según la voluntad de Dios manifestada en Jesucristo. Otros documentos de la Iglesia evocan las necesidades pastorales de la familia como una dimensión esencial de la evangelización. Es una llamada a renovar nuestra comprensión del sacramento del matrimonio y de la vocación cristiana de las personas casadas y a consolidar la familia para el bien de la Iglesia y de la sociedad. Como miembros de la Familia vicenciana, deberíamos preguntarnos lo que podríamos hacer para evangelizar a las familias a las que servimos y a aquellas con las que entraremos en contacto.
Me refiero a las familias que encontramos en nuestras parroquias, escuelas, servicios sociales y en numerosos otras actividades en las que colaboramos como Familia vicenciana, para servir a las personas que viven en la pobreza. La familia constituye, sin ninguna duda, un campo inmenso para la misión. Numerosas familias a las que servimos hoy, necesitan protección y sufren muchas calamidades. A menudo están amenazadas, incluso a veces de muerte. Como Familia vicenciana, podemos y debemos progresar para establecer unas “Líneas de acción” que den impulso al trabajo pastoral con las familias, y principalmente, con aquellas que viven en la pobreza.
Con toda la Familia vicenciana, roguemos, para que la Iglesia busque métodos pastorales que ayuden a las familias a hacer frente a sus realidades a la luz de la fe, y con la fuerza que viene del Evangelio. Cuando celebramos la fiesta de san Vicente de Paul nos proponemos dedicar este año a la nueva evangelización. Necesitamos respuestas creativas para poner de relieve los desafíos que representan la nueva evangelización y una conversión personal y comunitaria para responder a las necesidades pastorales de la familia, sobre todo de las personas que viven en la periferia de nuestra sociedad.
Su hermano en san Vicente
G. Gregory Gay, C.M.
Superior general
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