"La Iglesia no debe predicar de sí misma"




Es Teresa Forcades, monja benedictina del Monasterio de Sant Benet de Montserrat, que fue definida en un extenso reportaje que le dedicó la BBC como intelectual, independentista, revolucionaria y anticapitalista. Teresa es también doctora en Salud Pública por la Universidad de Barcelona y en Teología por la Facultad de Teología de Cataluña. Inquieta y buscadora, compagina actualmente su dedicación a la política y al Procés con la docencia en la facultad de teología de la Universidad de Humboldt de Berlín. Escribió para Cristianisme i Justícia el Cuaderno sobre Los crímenes de las grandes compañías farmaceúticas (n 141, 2006).

A ella nos hemos acercado para preguntarle sobre su compromiso y su visión del momento político actual.

La primera pregunta es obligada. ¿Qué es lo que ha llevado a una religiosa contemplativa a comprometerse políticamente y a liderar un movimiento de protesta y radicalidad democrática como el Proceso Constituyente?

Leí los evangelios por primera vez a los 15 años, y por aquella misma época un jesuita me prestó mi primer libro de teología Jesucristo el liberador de Leonardo Boff. En mi familia y en mi entorno me habían explicado pocas cosas del cristianismo, no había animadversión pero sí la opinión de que se trataba de una estructura caduca y sin interés. Y en cambio me encuentro de repente con una gente comprometida, no solamente en teoría sino en la práctica, con la atención a las personas pobres, a las que más sufren. La experiencia de Dios se me presenta, entonces, no como algo abstracto, sino identificada con la relación que mantienes con las personas más vulnerables de tu comunidad. Sin que esto implique que para servir al Evangelio haya que militar en un partido, para mi es obvio que la dimensión política es un componente esencial de cómo he entendido el Evangelio desde el principio. Dicho esto, mi actual compromiso político nace de una propuesta que me hacen ciertas personas de los movimientos sociales de poner mi credibilidad al servicio de un proyecto de ruptura pacífico y democrático. Tras discernirlo con mi comunidad, en esto estoy.

A nivel de comunidades cristianas, religiosas y de Iglesia institucional, la dimensión asistencial, sobre todo en momentos de crisis parece clara, ¿cómo recuperar/despertar la dimensión más claramente política?

En las actuales circunstancias no animaría a nadie a entrar en política, si no es para promover una ruptura. Creo que no es tan mala la intuición de los cristianos que prefieren “dar un paquete de arroz” a “liarse en un partido político”, ya que el marco actual aborta cualquier intento de cambio, por muy buenas y loables que sean tus intenciones. Es por eso que desde movimientos como el Procés Constituent impulsamos un programa de ruptura: debemos desmantelar el sistema actual y organizarnos para que se den las condiciones necesarias para un ejercicio digno de la acción política.

En cambio la Iglesia a nivel jerárquico, y especialmente en el caso español, está haciendo política, mucha política…

¿Pero qué política? Una política de connivencia con el poder y de proteger los intereses de la propia institución eclesial, una política de defensa de intereses ideológicos que a mi entender no son evangélicos. La institución eclesial no debe protegerse a sí misma, no debe anunciarse a sí misma, no debe autoreferenciarse sino que ha de estar siempre dinamizada por la misión y la misión es el kerygma: anunciar la Buena Nueva a los pobres.

Este tema de hecho es central en la reciente Exhortación Apostólica Evangelium Gaudium del Papa Francisco. ¿Puede este nuevo pontificado ayudar a la recuperación de la dimensión política de la fe?

En un resumen que hice de la Exhortación dije que este Papa está pasando del dogma al kerygma. No quiere decir que se olvide del dogma, sino que en lugar de pensar en formulaciones de la fe que encapsulen el mensaje, se centra en el anuncio de la Buena Noticia. Kerygma viene de kerysso, y lo encontramos en Lc 4 cuando a Jesús le entregan la lectura de Isaías en la sinagoga y lee: “El Espíritu de Dios descansa sobre mí porque he venido a anunciar la Buena Nueva a los pobres y a proclamar a los presos la libertad”. Este “proclamar” és kerysso, por tanto el kerygma es el centro del Evangelio. El Papa no hace otra cosa que pasar del dogma al kerygma y del magisterio a la mistagogía: como ayudar, como seducir, como invitar a las personas a tener los ojos abiertos a la dimensión transcendente en la vida personal y comunitaria.

¿Podríamos hablar pues de una cierta inevitabilidad de la dimensión política para el creyente?

Sí, en este sentido de vinculación con la pobreza, de enteder que el corazón mismo de un Dios que es amor no puede ser sino presencia allá donde el sufrimiento es máximo. Toca entonces preocuparse y buscar como organizarnos colectivamente para proteger al débil, esta debería ser la base de la ley. Yo que tengo un ramalazo anarquista preferiría que todo el mundo hiciese lo que quisiese. ¿Cuándo? ¡Siempre!; ¿hasta que límite?, ¡sin límites! Pero la realidad es otra, y cuando impera esta libertad sin ley, empiezan a aparecer los abusos de poder. Intentaré explicarlo brevemente…

Adelante, tenemos tiempo…

El ideal de la vida humana parece ser que todos tengamos las mismas cualidades, pero este es precisamente el ideal capitalista: solamente cuando tenemos igual podemos ser iguales. Yo entiendo que este no es el ideal cristiano. La parábola de los talentos que hoy nos sigue desconcertando explica que el Señor de la viña le da a uno 10, a otro 5 y al tercero le da 1. Empezamos mal e intuimos que acabará mal. Pero el presupuesto de la parábola es que el hecho de empezar con 10, 5 o 1 es intrínseco al plan de Dios, porque lo que significa amar se demuestra y se vive cuando hay este diferencial de poder, o mejor, cuando habiendo este diferencial de poder, la relación no es de abuso de poder. Es precisamente lo que Dios hace con nosotros: pudiéndote invadir y pisotear, me retiro y te dejo espacio. Esto es fabuloso. Si esto no es amor, ¿entonces qué es? Esta es la idea de los kabalistas judíos del tsimtsum que Simone Weil y otros recogen en el siglo XX, el acto de creación como un acto de retracción, como un acto de decir “para que tu puedas ser, yo te hago sitio”. O del concepto de perijoresi cristiano respecto a la Trinidad: hacer espacio alrededor de. Cuando dejas espacio alrededor de una persona, esto es amar a aquella persona, le das aire y si alguien lo hace contigo es porque te quiere.

Una de las cosas que preocupa a muchos cristianos es la coherencia en la mediación política. Por ejemplo, me puedo sentir cercano a algunos partidos rupturistas pero en cambio su postura ante determinadas cuestiones, su forma de expresarse, la violencia, el anticlericalismo, o la aversión contra el hecho religioso en la sociedad… paralizan o retraen la voluntad de compromiso. En resumen, quiero comprometerme pero no hay ningún partido o mediación en la que pueda ser coherente.

Bien, aquí entramos en el tema del realismo. O bien montamos algo nuevo en que nos sintamos totalmente cómodos, lo cual es difícil, o bien apostamos por el mal menor, noción que también está presente en la doctrina social y el magisterio eclesial. El mal menor no como ideal pero sí como posibilidad de salir de la parálisis y el inmovilismo. Esto sucede también en las parejas o en las comunidades religiosas. Entras en una comunidad y puedes pasarte años preguntándote como en lugar de anunciar el evangelio, nos centramos en las pequeñas discusiones domésticas. Hasta que un día, te das cuenta del mandamiento que llevas grabado en el anillo “Amaros los unos a los otros como yo os he amado”, el mandamiento de Jesús. Y descubres que aquí has venido a aprender a amar, y que esto lo puedo hacer incluso en circunstancias adversas. Hemos venido a dar testimonio del amor en circunstancias reales, no en circunstancias ideales.

Pero en este realismo ¿no podemos acabar renunciando a demasiadas cosas?

Es algo muy fácil de entender. Mi razón opina “para poder empezar necesito A, B, C pero como no los tengo, me espero”, pero así puedes pasar toda tu vida. En cambio, el evangelio inspira algo nuevo: aunque no tengas ni A, ni B, ni C puedes hacerlo, de hecho incluso puedes hacerlo desde la Cruz, sin tener nada o despojado de todo. De hecho los cristianos decimos y creemos que en la Cruz Jesús hizo el acto más importante y no tenía nada.

Debo correr el riego de equivocarme, porque es mojándome como me equivoco. Aunque no tengas ninguna garantía, ¡adelante! Además ¿qué significa tener garantías? Debemos afrontar cada vez más la radicalidad de la libertad humana. Hemos de aprender a tomar decisiones constantemente, y no las tomamos en un mundo ideal sino en el mundo real, donde las cosas posibles no son las que te gustarían. Eres tú quien eliges: implicándote, y transformando desde dentro aquellas condiciones, o bien esperando eternamente.

Está también el tema de la libertad de conciencia y opinión, sobre todo cuando como tú se pertenece a una congregación religiosa.

A mí cada vez que me preguntan sobre cualquier tema, sea el aborto, la mujer en la iglesia, etc., procuro decir lo que pienso, no puedo decir lo que no pienso, es imposible. Que yo tenga la verdad, es otro tema, y de hecho nunca digo que tenga la verdad, porque afirmar eso sería ridículo. Pero no puede nadie, ni la Iglesia ni el Proceso Constituyente obligarme a decir una cosa que no pienso. Esta fue la discusión con mi obispo: él me reconocía, “claro no puedo hacerte decir una cosa que no pienses”. Lo que sí puede la Iglesia es obligarme a callar. Eso no ha pasado aún, pero si pasa, ya veré lo que hago, porque ¡tampoco mi palabra es tan esencial para el mundo! Hacerme callar podría aceptarlo, pero hacerme decir lo que no pienso de ningún modo. Es muy obvio, pero es así. Sin la integridad intelectual el mensaje evangélico no puede avanzar y de eso la Iglesia debería ser muy consciente y ser la màxima defensora de esta integridad y libertad personales.

Cuesta oír hablar de esta forma de la libertad en nuestros contextos.

La libertad personal es el único locus theologicus posible, sin libertad Dios no puede crear nada. Y, que conste que no hablo solamente de libertad de elección ya que esto no es aún libertad. Es el tema agustiniano del libre albedrío: puedo elegir entre derecha e izquierda y por tanto ya soy libre. ¡No! Para ser libre he de poder elegir, es obvio, pero el hecho de que puedas elegir, eso no es ya libertad. La libertad es que escojas bien. ¿Y qué quiere decir escoger bien? Escoger sin miedo. Tengo capacidad de escoger, puedo escoger hacer algo o no hacerlo, pero a veces escojo no hacerlo porque tengo miedo. Ejerzo pues mi capacidad de escoger, pero no estoy siendo libre. O puedo escoger entre dos cosas y escojo una para quedar bien. Estoy ejerciendo mi capacidad de elección pero no estoy siendo libre. Solamente soy libre cuando elijo bien. El Deuteronomio lo explica muy claro: puedes escoger la vida o la muerte; vivir amando es escoger la vida; si por el contrario escoges vivir odiando, mueres y matas. La tesitura existencial de la persona es esta. La libertad es real, pero tú no eres un ser creado sin una imagen, estás hecho a imagen de Dios que es fundante. Si vas contra la bondad vas en tu contra, si violentas la libertad de otro, mueres… Solamente eres libre cuando actúas por amor, porque solamente dejas de actuar por amor cuando tienes miedo.

El miedo nos atenaza…

Uno solamente se realiza cuando actúa sin miedo. De hecho creo que todo el mundo ha hecho en algún momento experiencia de ello: cuando tú no tienes miedo, lo que haces es un acto de amor. Solamente dejamos de hacer actos de amor hacia quien sea, por miedo, por miedo de quedar en ridículo, por miedo de perder un privilegio, por miedo de que nos hieran, por miedo de perder el tiempo, por miedos grandes y a veces también por miedos pequeños. Pero el único motivo por el cual dejamos de hacer siempre y constantemente actos de amor es por miedo, y por tanto, ¿como pueden ser libres estos actos? Lo que hacemos por miedo son siempre actos de esclavitud: el único acto libre es el acto de amor, que cada uno concreta a su manera. Cuando actúas libremente realizas un acto de amor, y esto es precisamente ser libre.

Volvamos, finalmente, de nuevo al Papa Francisco. González Faus siempre nos recomienda rebajar la euforia papal.

Estoy de acuerdo, esta es también mi opinión. Los cambios vienen de abajo a arriba, y así también sucederá en la Iglesia. Alguien dirá, pero… ¿y Juan XXIII? Bien, Juan XXIII se alió con una multitud que hacía años que trabajaba para que se realizaran estos cambios: la gente de la nouvelle theologie, los de la reforma litúrgica, los de la reforma bíblica… Durante todo el s. XX, hubo teólogos y no teólogos, activistas de acción católica, grupos, movimientos… que trabajaron duro y a contracorriente a fin de poner al día unas estructuras eclesiales muy caducas y de antiguo régimen. Y al final después de todo este movimiento de base hubo, es verdad, un Papa que les dio la razón. Pero la fuerza venía de abajo.

¿Existe, sin embargo, este movimiento de base en la actualidad? Parece más bien que sea el Papa quien vaya a contracorriente…

Ha habido y hay una serie creciente de movimientos de base que han creado las condiciones para que esta reforma, después de años de involución desde el Vaticano II, sea posible. El agente de cambio está en la base. No hay que confiar en una reforma desde arriba. Por ejemplo, en el tema de las mujeres, que para mí es central. Ya he oído decir al Papa un “no” a la propuesta de las mujeres cardenales, una decisión que pensaba que sí que tomaría pues no hay razones teológicas en contra, ni tampoco declaraciones papales previas como en el caso de la ordenación sacerdotal.  Tenía una petición sobre su mesa de teólogos y teólogas europeos que yo también he firmado. En el pasado había habido cardenales laicos, porque el cardenalato no está unido a la ordenación. Pensaba que en este punto se podía abrir una posibilidad de cambio, una posibilidad de acceso a un cargo decisorio en el gobierno de la Iglesia católica que no estaba ligado a la ordenación.

¿Pero quizás tampoco la base está preparada para estos cambios?

Sí, es verdad. En mi comunidad hay muchas hermanas que no pueden oír hablar de ordenación de mujeres. Hay mucha inercia histórica, pero debemos ir dando pasos para cambiar esta sensibilidad. Es lo que intentamos practicar también en el Proceso Constituyente: aunque veamos algo muy claro, si la base dice que no, será que no, y hará falta seguir trabajando para que en un futuro el cambio sea posible …

Y sin embargo algo se mueve…

El lenguaje es obvio que ha cambiado, veremos… También estoy muy contenta con la encuesta sinodal sobre la familia, ya que pone sobre la mesa situaciones que hasta este momento los obispos preferían negar. Ahora tienen que saber cuantas personas de su diócesis tienen uniones irregulares, y si hay hijos de matrimonios homosexuales que piden ser bautizados. Un obispo debe saber todo esto, porque el hecho de saberlo en sí mismo puede poner a algunos obispos en contacto con una realidad que preferían ignorar. No obstante, insisto en el tema de la euforia… También pasa a nivel político, pasó con Chávez: ¡ahora ya tenemos al líder! Pero no es un cambio de líderes donde se juega el cambio profundo, sino en la reivindicación de la subjetividad política, la subjetividad personal, el empoderamiento… Esto es lo único que a largo plazo es revolucionario. Lo otro es cambiar una estructura por otra, un líder por otro, y esto no ayuda en nada. Debemos, pues, tener cuidado con la papolatría.








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