INTRODUCCIÓN
El evento sinodal que hemos vivido
1. «Derramaré mi Espíritu sobre toda carne y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, y vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños» (Hch 2,17; cf. Jl 3,1). Esta es la experiencia que hemos hecho en este Sínodo, caminando juntos y disponiéndonos a la escucha de la voz del Espíritu. Él nos ha sorprendido con la riqueza de sus dones, nos ha colmado de su valentía y su fuerza para llevar la esperanza al mundo.
Hemos caminado juntos, con el Sucesor de Pedro, que nos ha confirmado en la fe y nos ha fortalecido en el entusiasmo de la misión. Pese a provenir de contextos muy distintos, desde el punto de vista cultural y eclesial, hemos notado desde el inicio que había una sintonía espiritual, un deseo de diálogo y una verdadera empatía. Hemos trabajado juntos, compartiendo lo que más nos importaba, comunicando nuestras preocupaciones, sin esconder nuestras fatigas. Numerosas intervenciones nos han conmovido y nos han llenado de compasión evangélica: nos hemos sentido como un único cuerpo que sufre y se alegra. Queremos compartir con todos la experiencia de gracia que hemos vivido y transmitir a nuestras Iglesias y al mundo entero la alegría del Evangelio.
La presencia de los jóvenes ha marcado una novedad: a través de ellos ha resonado en el Sínodo la voz de toda una generación. Caminando con ellos, peregrinos a la tumba de Pedro, hemos experimentado que la cercanía crea las condiciones para que la Iglesia sea un espacio de diálogo y testimonio de fraternidad que fascine. La fuerza de esta experiencia supera toda fatiga y debilidad. El Señor sigue repitiéndonos: No temáis, yo estoy con vosotros.
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