Un día iba a celebrarse una importante reunión en la casa madre de las hermanas. Antes de empezar la sesión, la Srta. Le Gras entró en la sala para cerciorarse de que todo estaba en orden. En esto,
"una hermana oyó un crujido y le dijo que no estaba allí muy segura. No hizo caso. Se lo repitió otra hermana mayor. Tuvo consideración a su edad y se retiró a la habitación de al lado (fijaos, hermanas mías, que no hay más que tres pasos), cuando la viga se rompió y cayó el piso. Ved si acaso se hizo esto sin una intervención especial de Dios. Aquella misma tarde, yo tenía que estar aquí; teníamos que reunirnos para algunos asuntos importantes. En medio del ruido que hay en una reunión, nadie se hubiera dado cuenta de que esa viga crujía. No habría estado allí aquella hermana, porque las hermanas no están presentes en esas reuniones, y todos nos hubiéramos visto aplastados en aquel sitio; y Dios hizo que surgiese otro asunto que me detuvo y que impidió acudir allá a todas las damas. Todo esto no se hace por casualidad, hijas mías; hay que guardarse de creerlo así".
Para Luisa de Marillac, el suceso constituyó una fecha fundamental de su evolución interior y de la historia de la compañía. Lo consideró siempre como un signo providencial, una advertencia del cuidado de Dios sobre su persona y su obra. Con la ayuda de Vicente, se esforzó en desentrañar el mensaje que el Señor había querido comunicarle con él: tal vez, su voluntad de unir más estrechamente los destinos de las dos compañías.
Otro suceso parecido reafirmó la convicción de Vicente de que Dios ejercía una providencia especial sobre las Hijas de la Caridad. La narradora del caso fue la misma protagonista, a instancias de Vicente:
"Hija mía - le dijo -, ¿qué es lo que pasó? He oído hablar de una casa derrumbada. ¿En qué barrio ha sido? ¿Estabais dentro o fuera? ¿Qué día fue?
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