Carta de Adviento 2018 a la Familia Vicenciana, del P. Tomaž Mavri?, CM




A todos los miembros de la Familia vicenciana

¡Mis queridos hermanos y hermanas!

¡La gracia y la paz de Jesús estén siempre con nosotros!

En mi primera carta para la fiesta de san Vicente, hace dos años, les escribí sobre san Vicente de Paúl, místico de la Caridad. Cuando reflexionamos sobre san Vicente como místico de la Caridad y tratamos de seguir su ejemplo en este aspecto, debemos recordar que no era un místico en el sentido corriente del término, tal como la Iglesia lo describe habitualmente. Vicente de Paúl era un místico, pero un místico de la Caridad. Con los ojos de la fe, él vio, contempló y sirvió a Cristo en la persona de los pobres. Cuando tocaba las llagas de las personas marginadas, él creía que tocaba las llagas de Cristo. Cuando respondía a sus necesidades más profundas, estaba convencido de que adoraba a su Amo y Señor.

En este tiempo de Adviento, quiero abordar una de las principales fuentes en las que Vicente bebió como místico de la Caridad: la oración cotidiana. Él exhortó a todos los grupos que fundó o frecuentó: a los miembros laicos de las Cofradías de la Caridad, a los Sacerdotes y a los Hermanos de la pequeña Compañía de la Congregación de la Misión, a las Hijas de la Caridad, a las Damas de la Caridad, a los Sacerdotes de las Conferencias de los martes, a beber cada día en la fuente de la oración.

Una de las frases más citadas de san Vicente, sacada de una conferencia dirigida a los miembros de la Congregación de la Misión, expresa con elocuencia la actitud de Vicente:

Dadme un hombre de oración y será capaz de todo; podrá decir con el santo apóstol: “Puedo todas las cosas en Aquél que me sostiene y me conforta” (Flp 4,13). La congregación de la Misión durará mientras se practique en ella fielmente el ejercicio de la oración, porque la oración es como un reducto inexpugnable, que pondrá a todos los misioneros al abrigo de cualquier clase de ataques[1].

Vicente hablaba de la oración cotidiana. Él afirmó a sus discípulos:

Pongamos todos mucho interés en esta práctica de la oración, ya que por ella nos vienen todos los bienes. Si perseveramos en nuestra vocación, es gracias a la oración; si tenemos éxito en nuestras tareas, es gracias a la oración; si no caemos en el pecado, es gracias a la oración, si permanecemos en la caridad, si nos salvamos, todo esto es gracias a Dios y a la oración. Lo mismo que Dios no le niega nada a la oración, tampoco nos concede casi nada sin la oración[2].

Para animar a sus hijos e hijas a hacer oración, toma muchas metáforas empleadas corrientemente por los autores espirituales de su época. Les decía que la oración es para el alma lo que el alimento para el cuerpo[3]. Es una « fuente de juventud » en donde somos vivificados[4]. Es un espejo en el que vemos todas nuestras manchas y nos arreglamos para hacernos más agradables a Dios[5]. Es un refresco en medio de nuestra difícil labor cotidiana al servicio de los pobres[6]. Es una predicación, dice a los misioneros, que nos hacemos a nosotros mismos[7]. Es un libro de recursos para el predicador en el que puede encontrar verdades eternas para transmitírselas al pueblo de Dios[8]. Es un dulce rocío, que refresca el alma cada mañana, dice a las Hijas de la Caridad[9].

Vicente exhortaba a santa Luisa de Marillac a formar bien a las Hermanas jóvenes en la oración[10]. Les dio numerosas conferencias prácticas sobre el tema. Aseguraba a las Hermanas que la oración es, de hecho, muy fácil y que es como si conversáramos con Dios durante media hora. Decía que algunos están encantados de poder hablar con el rey, nosotros deberíamos alegrarnos de poder hablar de corazón a corazón con Dios todos los días[11].

La oración, para Vicente, es una conversación con Dios, con Jesús, en la que expresamos nuestros sentimientos más profundos (él llamó a esta oración « afectiva ») y en la que tratamos de saber lo que Dios nos pide cada día, en especial para nuestro servicio a los pobres. Se caracteriza por una profunda gratitud por los numerosos dones de Jesús, en especial por nuestra vocación de servir a los pobres. De ella resultan resoluciones sobre la manera en la que podríamos servirles mejor en el futuro. Para algunos, e incluso para muchos, ella prepara un lugar para una contemplación silenciosa del amor que Jesús nos tiene y de su amor por los pobres, y esto nos impulsa a lanzar «dardos de amor» que «penetran en los cielos» y tocan el corazón de Nuestro Señor[12].

Para Vicente, el tema principal de la oración era la vida y la enseñanza de Jesús. Él insistió sobre el hecho de que debíamos volver sin cesar a los «misterios» de la humanidad de Jesús: su nacimiento, sus relaciones con María y José, los acontecimientos de su ministerio público, sus milagros, su amor preferencial por los pobres. Él nos exhortaba a meditar en las Escrituras las acciones y las enseñanzas de Jesús[13]. Entre las enseñanzas de Jesús, llamó especialmente la atención sobre el Sermón de la Montaña[14]. Sobre todo, aconsejaba la oración centrada en la Pasión y la Cruz de Jesús[15].

El método enseñado por san Vicente era el de san Francisco de Sales[16]. No le aportó más que ligeras modificaciones. Era más sobrio que Francisco de Sales cuando hablaba de la utilización de la imaginación. Al mismo tiempo que valoraba la oración afectiva, insistió vigorosamente sobre la necesidad de resoluciones concretas. Sobre todo en las conferencias a las Hijas de la Caridad, entremezclaba la sabiduría espiritual y el sentido común. Puso en guardia a las Hermanas sobre cultivar «hermosos pensamientos» que no llevan a nada. Puso en guardia a los sacerdotes contra la utilización de la oración como tiempo de estudio especulativo.

El método propuesto por san Vicente de Paúl comportaba tres etapas :

1. La preparación

  1. En primer lugar, nos ponemos en presencia de Dios. Esto puede hacerse de diferentes maneras : considerar a Nuestro Señor presente en el Santísimo Sacramento, pensar en Dios que reina sobre el universo, reflexionar sobre la presencia de Dios en nuestro corazón.
  2. Después, pedimos ayuda para rezar bien.
  3. Finalmente, elegimos un tema de oración, como un misterio de la vida de Jesús, una virtud, un pasaje de la Escritura o un día de fiesta.

2. El cuerpo de la oración

  1. Meditamos sobre el tema elegido.
  2. Si el tema es una virtud, buscamos los motivos para amar y practicar esta virtud. Si se trata de un misterio de la vida de Jesús, por ejemplo, la Pasión, nos imaginamos lo que pasó y meditamos sobre su significado.
  3. Meditando, expresamos a Dios lo que hay en nuestro corazón (por ejemplo, el amor de Cristo que sufrió tanto por nosotros, la pena por el pecado, la gratitud). En el fondo, Vicente animaba a sus discípulos a :
  • reflexionar sobre el tema de la oración,
  • identificar los motivos para acogerlo,
  • tomar las resoluciones concretas para ponerlo en práctica.

3. Conclusión

Damos gracias a Dios por este tiempo de oración y por las gracias que hemos recibido en él. Presentamos a Dios las resoluciones que hemos tomado. Después, pedimos ayuda para realizarlas.

 

La oración cotidiana es un elemento indispensable de nuestra espiritualidad. San Vicente estaba absolutamente convencido de su importancia en nuestra vida y en nuestro servicio a los pobres. La calificaba de «el alma de nuestras almas»[17] y pensaba que, sin ella, no podríamos perseverar a pesar de las dificultades inherentes a nuestro servicio a los más abandonados.

Con esta carta de Adviento, quiero animar a cada miembro de la Familia vicenciana a comprometerse o a continuar comprometiéndose en la oración cotidiana. Cada Instituto de Vida Consagrada en el seno de la Familia vicenciana tiene sus propias Constituciones y Estatutos donde están descritas las prácticas de su vida de oración, incluyendo el tiempo que hay que consagrar a la oración cotidiana. También quisiera animar a las ramas laicas de la Familia vicenciana a comprometerse cotidianamente a hacer oración, incluso durante un corto periodo de cinco a diez minutos.

Vicente reconoció que hay varias maneras de hacer oración y animó a su práctica. Seguramente, algunos utilizarán otros métodos diferentes al que él enseñó a menudo y que yo he descrito antes. Aunque podamos emplear otros métodos de oración, es importante para nosotros conocer y tener en mente el método que san Vicente de Paúl nos dejó. A fin de cuentas, lo más importante es que impliquemos nuestra mente y nuestro corazón en una conversación meditativa con Jesús y que lo hagamos cotidianamente y con perseverancia.

La lista de los temas de meditación frecuente que nos ha dejado san Vicente de Paúl es larga:

  • la relación de Jesús con Dios su Padre
  • su amor efectivo y compasivo por las personas marginadas
  • el Reino que anunció
  • la comunidad que forma con los apóstoles
  • su oración
  • la presencia del pecado en el mundo y en nosotros
  • la prontitud de Jesús en perdonar
  • su poder de curación
  • su actitud de siervo
  • su amor por la verdad / sencillez
  • su humildad
  • su sed de justicia
  • su profundo amor humano por sus amigos
  • su deseo de aportar la paz
  • su combate contra la tentación
  • la cruz
  • la resurrección
  • la obediencia de Jesús a la voluntad del Padre
  • la mansedumbre de Jesús
  • la mortificación
  • el celo apostólico
  • la pobreza
  • el celibato
  • la obediencia
  • la alegría y la acción de gracias de Jesús.

Todos estos temas están relacionados con nuestra misión al lado de los pobres. Todos nos ayudarán a seguir a Vicente, místico de la Caridad. ¡Qué maravillosa oportunidad se nos da para revivir, a partir de este Adviento, la oración cotidiana que formará parte de nuestra vida espiritual hasta nuestra partida de esta tierra hacia la eternidad!

Que nuestra oración esté siempre fundada en la Biblia, en las lecturas de la liturgia del día. No pasemos el tiempo de la oración leyendo un libro espiritual. Tenemos la posibilidad de hacer nuestra lectura espiritual en otro momento de la jornada.

Meditar, es situarse ante Dios, ante Jesús, gracias a su Palabra. Es poner nuestro corazón a la disposición total de Jesús, permitiéndole que nos hable mientras que nosotros escuchamos. Es ponernos a la escucha de lo que Jesús quisiera decirnos cada día. Es confiar en la Providencia para luchar contra las tentaciones de evitar o de omitir la oración cotidiana. Es simplemente estar con Jesús todos los días en el silencio de nuestra mente y de nuestro corazón, aunque nuestra mente esté vacía y tengamos la impresión de que no se ha realizado nada, de que hemos perdido media hora no haciendo nada, porque Jesús no nos ha comunicado ninguna idea, ningún sentimiento o mensaje. Es simplemente creer en la manera en la que Jesús se comunica con Dios, su Padre. A menudo, Él pasó toda la noche en oración. Es simplemente manifestarle a Jesús nuestro amor total por Él, manifestárselo simplemente estando con Él, dispuestos, en todo momento y de la manera que la Providencia juzgue justa, a que Jesús nos comunique su mensaje. Es simplemente estar ahí todos los días, preparados para el momento que Jesús juzgue bueno, para no dejar pasar el momento de gracia, no faltar a la visita de Jesús.

Cada vez más, durante sus últimos años, Vicente pronunciaba palabras extasiadas sobre el amor de Dios. Ellas brotaban claramente de su oración. El 30 de mayo de 1659, rezó en voz alta durante una conferencia a los cohermanos:

Miremos al Hijo de Dios: ¡qué corazón tan caritativo! ¡qué llama de amor! Jesús mío, dinos, por favor, qué es lo que te ha sacado del cielo para venir a sufrir la maldición de la tierra y todas las persecuciones y tormentos que has recibido. ¡Oh Salvador! ¡Fuente de amor humillado hasta nosotros y hasta un suplicio infame! ¿Quién ha amado en esto al prójimo más que tú? Viniste a exponerte a todas nuestras miserias, a tomar la forma de pecador, a llevar una vida de sufrimiento y a padecer por nosotros una muerte ignominiosa; ¿hay amor semejante? ¿Quién podría amar de una forma tan supereminente? Sólo nuestro Señor ha podido dejarse arrastrar por el amor a las criaturas hasta dejar el trono de su Padre para venir a tomar un cuerpo sujeto a las debilidades. ¿Y para qué? Para establecer entre nosotros por su ejemplo y su palabra la caridad con el prójimo. Este amor fue el que lo crucificó y el que hizo esta obra admirable de nuestra redención. Hermanos míos, si tuviéramos un poco de ese amor, ¿nos quedaríamos con los brazos cruzados? ¿Dejaríamos morir a todos esos que podríamos asistir? No, la caridad no puede permanecer ociosa, sino que nos mueve a la salvación y al consuelo de los demás[18].

Pocos santos han sido tan activos como san Vicente, pero su acción brotaba de su profunda inmersión en Dios, en Jesús. ¡Qué suerte la nuestra por tener un Fundador tan extraordinario!

Que Dios les colme de sus bendiciones durante este tiempo de Adviento.

Su hermano en San Vicente,

Tomaž Mavric, CM
Superior general








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